jueves, 5 de julio de 2012

SORRENTO, POSITANO y RIOMAGGIORE


Italia fue, en líneas generales, el país que más nos gustó. Al haberlo recorrido en auto de norte a sur tuvimos la suerte de observar  toda su geografía, sus montañas, aldeas y pueblos medievales que se extienden a lo largo de la “bota”. De todo lo que vimos, lo que más nos gustó fueron las playas del sur, más precisamente la Costa Amalfitana.
 
Empezamos por SORRENTO. A medida que íbamos llegando, manejando por las colinas, nos adentrábamos en un paisaje de película. Desde las alturas observábamos cómo iba surgiendo el mar entre enormes acantilados, formando pequeñas playas rocosas. La ruta subía y bajaba según el capricho de la montaña y, cuando el serpenteo lo permitía, estacionábamos el auto para poder tomar unas fotos de ese paisaje surrealista. El sur de Italia es uno de esos lugares que te detienen en tiempo y espacio y te hacen dudar de la realidad.

Luego de pasar un buen tiempo disfrutando de la vista llegamos a Sorrento y bajamos a la playa. El problema de las playas de esta zona es que son rocosas y no tienen mucho espacio para acostarse ya que surgen como por arte de magia frente a enormes acantilados moldeados por la erosión del  viento y el agua. De este modo es difícil echarse al sol y también entrar al mar, lo cual es conveniente hacer con mucha prudencia. Como el tiempo no estaba lindo solo tomamos unos tragos en el bar de un muelle, admirando la inmensidad del océano.
Por la tarde presenciamos un hermoso atardecer desde el patio del hotel que quedaba en el descanso de una colina y tenía una vista increíble del mar. Fue otro momento inolvidable del viaje que inmortalizamos en nuestras retinas.  Por la noche bajamos al pueblo y cenamos en una típica cantina con música italiana en vivo y un rico vino de la región.
Luego fuimos a POSITANO y encontramos en este pueblo uno de los mejores destinos de todo nuestro viaje. Positano debe estar dibujado. Se nos hace que algún artista, pintor o ilustrador imaginó este pueblito y que algún día esa ilusión se escapó de su mente y cobró vida en esta parte del sur de Italia. Es difícil explicar en prosa la maravillosa sensación que causa observar sus playas, sus casitas de colores puestas como con la mano sobre las colinas, sus imponentes acantilados y todo el colorido tradicional que se despliega, cual pincelada artística, sobre el manto de una montaña que parece irreal.


Bajamos hasta donde el camino lo permitió con el auto, lo estacionamos en un garaje improvisado dentro de un hueco hecho en la montaña y descendimos la última parte de la colina a pie, mezclándonos con la gente del lugar e impregnándonos de las costumbres locales. Ese fue, incluso, uno de los días más soleados de nuestro viaje y pudimos disfrutar de un excelente día de playa en un lugar soñado, al cual esperamos volver para pasar algo más que una tarde.

RIOMAGGIORE fue el tercer y último destino de la Costa sur italiana. Es un bellísimo pueblo pesquero que forma parte de la región denominada Cinqueterre, que son cinco destinos a los cuales se arriba sólo en tren o en barco, ya que los caminos son bastante difíciles de transitar en auto. Aquí también nos encontramos con otro paraíso natural. En este caso un poco más rústico y salvaje que Sorrento y Positano, ya que sus playas no constituyen un destino netamente turístico y aun conservan su virginidad natural. Se llega al pueblito descendiendo por una pintoresca calle a cuyos lados se abren paso pequeños negocios y almacenes. Y completan el cuadro las tradicionales casas de colores que parecen sostenidas por las sogas en donde los habitantes cuelgan sus prendas para secar al sol. Cuando se llega a la base de la montaña se abre paso una escalera de piedra que te conduce, a través de un sendero, a una bahía encerrada entre dos enormes acantilados que parecen no tener fin. La playa de Riomaggiore es la más rústica y rocosa de todas, pero a la vez la más romántica. Ese día el clima estuvo bastante ciclotímico pero pudimos darnos algunos chapuzones (entrando como lagartos al agua, para no resbalarnos con las piedras) y disfrutar de esas incomparables playas.


Abandonamos el último destino de la costa sur de Italia disfrutando de los paisajes que la montaña nos regalaba a través de los cristales del auto y deteniéndonos a observar su grandeza en cada parador. Nos esperaban Niza y Marsella, en la Costa Azul, zona que visitaríamos solo de pasada antes de llegar a otro importante destino del viaje: Barcelona.   

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