Conocimos a
Benito y Elsa en febrero de 2012. Ellos fueron los primeros huéspedes que
alojamos en nuestra casa a través de Couch Surfing. Queríamos saber cómo era
alojar gente en tu propia casa, para luego vivir la experiencia en Europa y comprender mejor
a nuestros anfitriones. En Buenos Aires ellos durmieron en nuestro living, los
llevamos a Palermo, charlamos de la vida y prometimos visitarlos en su ciudad.
Llegando al
final de nuestro viaje por Europa arribamos a Tours para cumplir nuestra
promesa. De este modo completábamos el círculo de la experiencia Couch Surfing.
Benito trabaja en una bodega que está dentro de una caverna y en donde todo el
año la temperatura natural se mantiene en 13 grados, lo cual permite que el
vino se conserve sin necesidad de refrigeración artificial. Elsa es guía
turística de castillos y con ella visitamos los castillos de Chenonceau y
Amboise, en donde descansan los restos de Leonardo Da Vinci. Mejor no nos
podría haber salido: con ellos conocimos los mejores castillos de la Región del
Valle del Loira (declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO) y degustamos los más
ricos vinos de Francia.
Pero lo más
importante, sin lugar a dudas, es que terminamos de consolidar una gran amistad
junto a dos maravillosas personas que comparten los mismos intereses que nosotros:
arte, cine, literatura, música, viajes, locuras y filosofía de vida. Algo que,
por suerte o destino, nos sucedió con las personas de
cada lugar de Europa que visitamos.
Los
primeros días en Tours conocimos la ciudad. Visitamos la Catedral, los
edificios más importantes y sus particulares casas, a las cuales se les
agregaban vigas de madera para ganar espacio aéreo debido a lo caro que era
construir sobre el suelo de aquella región. Elsa fue nuestra guía personal y con ella terminábamos las excursiones
tomando un trago a orillas del Loira, en un bar muy lindo y pintoresco, lugar
de reunión para sus habitantes en donde también solía haber música en vivo.
Por las
tardes, cuando Elsa y Benito regresaban de sus trabajos, nos preparábamos para
nuestro ritual pagano: el apéritif. Un
buen vino tinto, o en su defecto pastis (anís típico francés), una rica
combinación de quesos, una baguette y largas horas de conversación eran la
fórmula perfecta para matar las horas previas a la cena. Ésos encuentros son,
sin temor a equivocarnos, los momentos que más se extrañan del viaje.
En una de
aquellas tertulias vespertinas surgió la idea de hacer un road trip junto a nuestros amigos, así que nos invitaron a ir a la
casa de campo de los padres de Elsa y luego a Nantes. Allí conocimos a Marcel y
Anne, dos grandes personas que nos recibieron con una gran cena y muchas
historias para compartir. Pasamos un día increíble de campo y luego partimos
rumbo a la playa, a visitar al hermano de Benito.
Al otro día
fuimos con Benito a Nantes y descubrimos una gran ciudad, muy relacionada al
arte. En este viaje tuvimos el placer de conocer a Pascal, Marie y Françoise, amigos
de Elsa y Benito con los que también compartimos un típico apéritif.
Luego
volvimos a Tours para pasar los últimos dos días junto a nuestros amigos, antes
de regresar a Amsterdam para tomar el vuelo de regreso a Buenos Aires.
Dejábamos
así nuestra última ciudad europea, con la ambigua sensación de felicidad y
tristeza. La primera por haber conocido otros dos grandes amigos y la segunda
por saber que se acercaba el fin de nuestra aventura. Habían pasado ya dos
meses y medio desde aquella primera noche en Amsterdam y eran muchas las historias
que habíamos vivido, los lugares que habíamos conocido y las personas que
dejábamos atrás. Pero todo ello será escrito en la próxima entrada, referida a las
conclusiones.