lunes, 27 de agosto de 2012

TOURS + NANTES

Conocimos a Benito y Elsa en febrero de 2012. Ellos fueron los primeros huéspedes que alojamos en nuestra casa a través de Couch Surfing. Queríamos saber cómo era alojar gente en tu propia casa, para luego vivir la experiencia en Europa y comprender mejor a nuestros anfitriones. En Buenos Aires ellos durmieron en nuestro living, los llevamos a Palermo, charlamos de la vida y prometimos visitarlos en su ciudad.  
 
Llegando al final de nuestro viaje por Europa arribamos a Tours para cumplir nuestra promesa. De este modo completábamos el círculo de la experiencia Couch Surfing. Benito trabaja en una bodega que está dentro de una caverna y en donde todo el año la temperatura natural se mantiene en 13 grados, lo cual permite que el vino se conserve sin necesidad de refrigeración artificial. Elsa es guía turística de castillos y con ella visitamos los castillos de Chenonceau y Amboise, en donde descansan los restos de Leonardo Da Vinci. Mejor no nos podría haber salido: con ellos conocimos los mejores castillos de la Región del Valle del Loira (declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO) y degustamos los más ricos vinos de Francia.



 


Pero lo más importante, sin lugar a dudas, es que terminamos de consolidar una gran amistad junto a dos maravillosas personas que comparten los mismos intereses que nosotros: arte, cine, literatura, música, viajes, locuras y filosofía de vida. Algo que, por suerte  o destino, nos sucedió con las personas de cada lugar de Europa que visitamos.

 
Los primeros días en Tours conocimos la ciudad. Visitamos la Catedral, los edificios más importantes y sus particulares casas, a las cuales se les agregaban vigas de madera para ganar espacio aéreo debido a lo caro que era construir sobre el suelo de aquella región. Elsa fue nuestra guía personal  y con ella terminábamos las excursiones tomando un trago a orillas del Loira, en un bar muy lindo y pintoresco, lugar de reunión para sus habitantes en donde también solía haber música en vivo.
 
Por las tardes, cuando Elsa y Benito regresaban de sus trabajos, nos preparábamos para nuestro ritual pagano: el apéritif. Un buen vino tinto, o en su defecto pastis (anís típico francés), una rica combinación de quesos, una baguette y largas horas de conversación eran la fórmula perfecta para matar las horas previas a la cena. Ésos encuentros son, sin temor a equivocarnos, los momentos que más se extrañan del viaje.
 
En una de aquellas tertulias vespertinas surgió la idea de hacer un road trip junto a nuestros amigos, así que nos invitaron a ir a la casa de campo de los padres de Elsa y luego a Nantes. Allí conocimos a Marcel y Anne, dos grandes personas que nos recibieron con una gran cena y muchas historias para compartir. Pasamos un día increíble de campo y luego partimos rumbo a la playa, a visitar al hermano de Benito.
Al otro día fuimos con Benito a Nantes y descubrimos una gran ciudad, muy relacionada al arte. En este viaje tuvimos el placer de conocer a Pascal, Marie y Françoise, amigos de Elsa y Benito con los que también compartimos un típico apéritif.


 

Luego volvimos a Tours para pasar los últimos dos días junto a nuestros amigos, antes de regresar a Amsterdam para tomar el vuelo de regreso a Buenos Aires.
Dejábamos así nuestra última ciudad europea, con la ambigua sensación de felicidad y tristeza. La primera por haber conocido otros dos grandes amigos y la segunda por saber que se acercaba el fin de nuestra aventura. Habían pasado ya dos meses y medio desde aquella primera noche en Amsterdam y eran muchas las historias que habíamos vivido, los lugares que habíamos conocido y las personas que dejábamos atrás. Pero todo ello será escrito en la próxima entrada, referida a las conclusiones.

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